Como hemos expresado ya, la estrategia de Obama tiene como objetivo frenar el avance de los intentos autonomistas latinoamericanos utilizando como alfiles, en primer lugar, a Colombia, su proyecto neocolonial más avanzado, y preparando a México como un segundo engendro rastrero, derechizado en la política interna por un eterno combate al crimen organizado, armado hasta los dientes y con una agenda que haga eco de las pretensiones imperiales. Los EE.UU. necesitan, sin dilaciones, asegurar el control en su entorno inmediato para poder competir con las potencias que le disputan la hegemonía, Rusia y China. Al intento fallido de penetrar en la zona de influencia rusa, con el ataque de Georgia a Osetia del Sur, ha sucedido una etapa de negociación centrada en el tema del desarme nuclear. A China se le ha propuesto la formación de un G-2, que no ha tenido mayores progresos. Rusia ha respondido acercándose a Venezuela y más recientemente a Bolivia. La venta de armas viene acompañada de tratados para explotar recursos naturales, principalmente hidrocarburos.
Parece, sin embargo, que estamos a las puertas de una nueva etapa de la estrategia geopolítica de EE. UU. En un primer tablero, Israel, el alfil norteamericano en Medio Oriente, sostenido con millonarios apoyos que le han permitido al Estado judío convertirse en una potencia atómica y militar de primero orden y con el respaldo diplomático que le ha permitido evadir sanciones por sus recurrentes violaciones al derecho internacional, está empujando a la administración Obama a desarrollar una política más dura contra Irán, su más peligroso enemigo después de las invasiones norteamericanas a Irak y Afganistán. Es impresionante la cantidad de recursos humanos y materiales que invierte EE.UU. en asegurar la posición israelí.
Hace apenas un par de días, después de oscuras negociaciones con los otros miembros del Consejo de Seguridad, el imperio norteamericano obtuvo una nueva ronda de sanciones contra la nación persa. Apenas ayer salió a la luz la autorización que el régimen saudí ha dado a Israel para usar su espacio aéreo en una eventual operación militar contra la República Islámica. Los objetivos serían las plantas de enriquecimiento de uranio. No deja de resultar irónico que un país construido sobre las ruinas del Derecho Internacional, que tiene el estatus de potencia ocupante, que viola todos los tratados y los derechos humanos en la brutal opresión del pueblo palestino y que posee 200 ojivas nucleares o más, ataque, con apoyo estadounidense, a Irán, que no posee armas nucleares y que expresa tener un programa nuclear con fines pacíficos.
Son interesantes las estrategias diplomáticas de Turquía y Brasil. Después de que ambas naciones lograron a mediados de mayo un acuerdo para que el régimen de Teherán enriquezca uranio en el exterior, logro diplomático que desactiva todos los pretextos bélicos israelíes, vino el ataque a La Flotilla de la Libertad, compuesta en su mayoría por naves de bandera turca, agresión que ha puesto a Israel bajo la lupa de la opinión pública mundial. Hay quienes sugieren que el primer ministro turco podría intentar romper el bloqueo a Gaza embarcándose él mismo y protegido por la flota de guerra de su país, que es miembro de la OTAN. Un ataque israelí en contra de esta hipotética flota metería en dilemas a EE.UU., puesto que, según la carta de la alianza atlántica, los países firmantes deben responder en bloque al ataque contra uno de los miembros. El Estado judío, huelga decir, no es miembro de dicha alianza.
En el otro tablero, Corea del Sur, el alfil norteamericano en Asia oriental, acusa a Corea del Norte de hundir una corbeta en el Mar Amarillo a finales de marzo. En el hundimiento murieron los 46 tripulantes. El régimen de Seúl, respaldado por Washington, ha amenazado a su vecino del norte. Los acontecimientos involucran a China, que se opone invariablemente a cualquier operación militar contra su aliado norcoreano. Las sospechas de que fueron los mismos norteamericanos los que han hundido la corbeta sudcoreana, han sido expresadas por Fidel Castro. También se escuchan en esta región tambores de guerra. Es clara la forma de operar del imperio norteamericano. Utiliza sus satélites para golpetear constantemente a sus enemigos en todas las regiones del globo. Eso no ha cambiado con Obama sino que se ha agudizado.
Viendo las cosas desde nuestra perspectiva, la lucha debe encaminarse a combatir a la oligarquía nacional, que es, como hemos expresado también, la que, buscando conservar su poder, entrega la plaza a los norteamericanos. La vía democrática se convierte en una farsa, la población es dirigida por los medios de comunicación (en manos de la oligarquía) a elegir a los candidatos que no cuestionan la dominación del gran capital en el interior y del imperio norteamericano en el exterior. Se elimina la conciencia crítica, no existen medios independientes, en todos los niveles educativos se impone la visión mercantil y empresarial, se construye el consenso, se uniforman los deseos, las aspiraciones y también los temores. El crimen organizado es impuesto como el gran enemigo, combatirlo se convierte en el gran objetivo nacional, todo lo demás se subordina u olvida ante él. Se justifica la intervención extranjera, el eterno aplazamiento de la justicia social, se acepta la militarización de la vida pública. La gente se recluye en su esfera privada en busca de una felicidad prefabricada.
Por todo ello proponemos: el anti imperialismo contra la agenda imperial norteamericana, el socialismo contra la oligarquía traidora, el bolivarianismo para combatir regionalmente los intereses norteamericanos y tender la mano a nuestros vecinos en lucha.
¡Patria Socialista o muerte! ¡Venceremos!
CD
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