¿El fin de la Revolución Bolivariana?
"Lo sé, estoy condenado a muerte, pero no voy ha ceder ante el chantaje y las amenazas,
y llamo al pueblo venezolano a no ceder, a no dejarse confundir ni atemorizar"
Hugo Chávez Frías.
El pasado jueves 22 de julio se realizó una sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) en el Salón Simón Bolívar del Edificio Principal de la Organización, sito en Washington, DC. La sesión fue convocada por el gobierno de Álvaro Uribe para "tratar el tema de la presencia de grupos narcoterroristas en territorio venezolano, que afecta la seguridad nacional de Colombia".
El Representante Permanente de Colombia ante la OEA, Luis Alfonso Hoyos, acusó sin más al gobierno de Venezuela de no cooperar en "la lucha contra las bandas que se dedican al narcotráfico, al secuestro, a la extorsión" y de “no impedir en su territorio la presencia de grupos que no son atacados ni perseguidos como deberían ser y [que] desde ahí lanzan ataques recientes, los últimos de las últimas semanas, contra territorio colombiano, y utilizan hasta hoy impunemente el territorio del hermano pueblo de Venezuela”.
En resumen, el embajador Hoyos se esforzó en demostrar que el gobierno de Venezuela protege a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Ambas organizaciones son consideradas terroristas por EE. UU. En cambio la administración del presidente Chávez ha pedido se les llame organizaciones beligerantes y pidió en mayo de 2008 sacarlas de la lista de organizaciones terroristas llegando incluso a calificarlas como “verdaderas fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político y bolivariano”.
Estos hechos, el que EE. UU. considere terroristas a las FARC y el ELN y que, al mismo tiempo, el Gobierno de Venezuela muestre simpatía hacia esos grupos, es uno de los mayores puntos de tensión entre la potencia imperial norteamericana y la Revolución Bolivariana que se desarrolla en Venezuela.
Fracasado el intento de la oligarquía venezolana por derrocar, apoyada por la CIA, al presidente Hugo Chávez en el año 2002; con el proceso revolucionario profundizándose y extendiéndose, llegando a crear las primeras empresas socialistas; con el apoyo popular mayoritario hacia Chávez y el PSUV frente a próximas elecciones; con los medios privados de comunicación, instrumento de la oligarquía, opacados por los florecientes medios de comunicación estatales y alternativos; ante los permanentes planes de la oligarquía de retomar el poder y, sobre todo, ante los planes estadounidenses de recuperar lo que consideran su esfera de influencia, primero deteniendo la propagación de los regímenes progresistas y, después, promoviendo el declive de los ya existentes; con los planes de más largo alcance del imperio, cuya estrategia hemos descrito aquí: operar mediante sus estados-satélites en todo el globo contra sus enemigos regionales (Israel contra Irán, Corea del Sur y Japón contra Corea del Norte, Colombia contra Venezuela); en ese contexto, el vincular a Venezuela con las organizaciones guerrilleras colombianas es el plan dirigido contra la punta de lanza de los esfuerzos emancipatorios y revolucionarios de América Latina, la Revolución Bolivariana encabezada por Hugo Chávez.
Tenemos, por tanto, una estrategia imperial global a largo plazo a la que se subordinan todas las estrategias regionales de corto y mediano plazo. El objetivo inmediato es hacer ingresar a Venezuela en la lista de países patrocinadores del terrorismo internacional. Esa lista hecha por el Departamento de Estado de EE. UU. será la vía para emitir sanciones contra la República Bolivariana. En ella figuran actualmente Cuba, Irán, Libia, Sudán y Siria.
Cuba, en particular, carga con sanciones casi desde el inicio de su Revolución, hace ya más de medio siglo. Desde 1982 está en la lista por apoyar, según el Department of State, a las FARC, el ELN y ETA.
Irán aparece en la lista desde 1984 por su apoyo a la guerrilla libanesa Hezbollah y a grupos palestinos como Hamás. Recientemente la República Islámica ha estado en la mira de EE. UU. e Israel por su programa nuclear. Se ha especulado sobre un próximo ataque en su contra.
En una carta dirigida a la secretaria de Estado Hillary Clinton el 25 de mayo pasado, el Senado estadounidense preguntaba a la mano derecha de Obama: “En cuanto al futuro ―y si no se designa a Venezuela estado patrocinador del terrorismo―, ¿qué otras medidas concretas podrían tomarse para limitar los amenazantes vínculos del presidente Chávez con grupos terroristas y estados patrocinadores del terrorismo?”
En la carta no sólo se mencionan a las FARC como organización “terrorista” patrocinada por Venezuela sino también a Hezbollah e, incluso, se mencionan los nexos con Irán, lo que considera el Senado “apoyo a Estados que patrocinan el terrorismo”. Si Venezuela fuera incluida en la lista, enfrentaría, en un primer momento, sanciones económicas y tendría permanentemente la amenaza de una intervención militar.
Vemos la coordinación entre las consideraciones norteamericanas y las acciones colombianas. Se ha generado una crisis entre Colombia, el peón regional sudamericano, y Venezuela como se ha generado recientemente una crisis entre Corea del Sur, el peón regional de Asia Oriental, y Corea del Norte y como se ha generado un crisis entre Israel, el peón (¿o será EE. UU. el peón de Israel?) regional de Oriente Próximo, y la República Islámica de Irán.
Estos movimientos dirigidos contra los enemigos “pequeños” de EE. UU. son la obertura de la estrategia a desarrollar por el imperio norteamericano (¿o el sionismo internacional?) en el siglo XXI. Su aniquilación le permitirá fortalecer las esferas de influencia regionales para preparar el inevitable enfrentamiento con China y Rusia, potencias que le compiten, y hasta comparten ya, la hegemonía mundial.
Las siete bases norteamericanas en Colombia y la reactivación de la IV flota son las expresiones particulares de una estrategia regional inscrita, a su vez, en la mencionada estrategia global a largo plazo. El imperio norteamericano intentará, en este nuevo siglo, repetir o imitar la historia del siglo XX.
Los movimientos revolucionarios de América Latina, en su mayoría, habían sido aniquilados asociándolos con el enemigo soviético durante los años de la Guerra Fría. El combate a los intentos de autonomía y de justicia social fue justificado ideológicamente como un combate al “comunismo” tiránico y en defensa de la “libertad”. En realidad, fue un combate en defensa del imperio norteamericano, del capitalismo y de las oligarquías nacionales latinoamericanas.
La caída de la URSS y el triunfo del neoliberalismo a principios de los años noventa, fue interpretada por los ideólogos liberales como el triunfo de Occidente y de la libertad. Pero la explotación capitalista, el imperialismo norteamericano y los regímenes oligárquicos de nuestros países no son realidades eternas, entelequias, sino realidades históricas que tuvieron un origen y tendrán un final. No son resultado de una hipóstasis ni están desligadas del devenir. La realidad social de la explotación puede y debe ser transformada, el imperialismo norteamericano puede y debe ser reemplazado por la autonomía de nuestros países y las oligarquías locales pueden y deben ser derrotadas por el poder popular. La historia no llegó a su fin, la historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Así como el imperio norteamericano tiene su visión del mundo, su Weltanschauung, y su plan de acción, su estrategia, así también los pueblos latinoamericanos debemos construir nuestra cosmovisión y nuestra estrategia propia.
México, nuestro país, está encaminado a convertirse en el segundo peón o, incluso, en un verdadero protectorado norteamericano. La derecha panista y priísta, oligárquica, es cómplice de esa traición y, es más, de hecho la solicita para mantener su régimen de privilegios. La pseudo izquierda perredista pugna por entrar de segundo o tercer violín en el concierto que dirigen los grupos oligárquicos y así obtener algunas migas que le callen la boca.
De los grupos inconformes con la oligarquía que todavía tienen presencia en los partidos oficiales, la derecha reaccionaria, aún con algunos nexos con el PAN, tenderá, según nuestra hipótesis, a la radicalización y llegará, incluso, a mostrar abiertamente su cara fascista.
El movimiento de Andrés Manuel López Obrador debe radicalizarse también y mostrar abiertamente una tendencia socialista o deberá ser dejado de lado. En el futuro inmediato, tendremos en el poder a la oligarquía conservadora, impugnada cada vez más por la derecha reaccionaria fascista. La izquierda deberá combatir a ambas pugnando por la revolución socialista. Se vuelve urgente la unión de los grupos de izquierda, las guerrillas y los partidos sin registro.
En lo inmediato, con los medios que estén a nuestro alcance, debemos defender la Revolución Bolivariana. Si triunfan contra ella los planes norteamericanos, estaremos más cerca de la derrota. En nuestro país, el enemigo está claramente reconocido, tiene nombre y apellido, es la oligarquía de los Azcárraga, los Slim, los Salinas, los Baillères, Los Larrea, todos protegidos por el régimen del espurio Calderón.
¡A combatir a la oligarquía mexicana!
¡A combatir al imperio norteamericano!
¡Defendamos la Revolución Bolivariana!
¡Patria socialista o muerte! ¡Venceremos!
CD
No hay comentarios:
Publicar un comentario