martes, 1 de marzo de 2011

Libia: Lo que esconden los medios

Pasadas dos semanas de las primeras manifestaciones en Benghazi y Trípoli, la campaña de desinformación sobre Libia siembra la confusión en el mundo.

Antes de continuar, una certeza: las analogías con los acontecimientos de Túnez y de Egipto no tienen lugar. Esas rebeliones contribuyeron obviamente a desatar las protestas en las calles del país vecino de ambos, pero el proceso libio presenta características peculiares, inseparables de la estrategia conspirativa del imperialismo y de aquello que se puede definir como la metamorfosis del líder.

Muamar Kadhafi, al contrario de Ben Ali y de Hosni Mubarak, asumió una posición anti-imperialista cuando tomo el poder en 1969. Abolió una monarquía fantoche y practicó durante décadas una política de independencia iniciada con la nacionalización del petróleo. Sus excentricidades y el fanatismo religioso no impidieron una estrategia que promovió el desarrollo económico y redujo las desigualdades sociales chocantes. Libia se alió a países y movimientos que combatían al imperialismo y al sionismo.

Kadhafi fundó universidades e industrias, una agricultura floreciente surgió de las arenas del desierto y centenas de millares de ciudadanos tuvieron por primera vez derecho a vivienda digna.

El bombardeo de Trípoli a Benghazi en 1986 por la USAF demostró que Reagan, en la Casa Blanca, identificaba en el líder libio un enemigo a abatir. Al país fueron aplicadas duras sanciones.

A partir de la II Guerra del Golfo, Kadhafi dio un giro de 180 grados. Se sometió a las exigencias del FMI, privatizó decenas de empresas y abrió el país a las grandes petroleras internacionales. La corrupción y el nepotismo echaron raíces en Libia.

Washington pasó a ver en Kadhafi un dirigente dialogante. Fue recibido en Europa con honores especiales. Firmó contratos fabulosos con los gobiernos de Sarkozy, Berlusconi y Brown. Pero cuando el aumento de precios en las grandes ciudades libias provocó una ola de descontento, el imperialismo aprovechó la oportunidad. Concluyó que había llegado el momento de librase de Kadhafi, un líder siempre incomodo.

Las rebeliones de Túnez y de Egipto, las protestas en Bahrein y en Yemen crearon condiciones muy favorables a las primeras manifestaciones en Libia.

No fue casualidad que Benghasi surgió como un polo de rebelión. Es en la Cirenaica que operan las principales trasnacionales petrolíferas; allí se localizan las terminales de los oleoductos y los gasoductos.

La represión desencadenada por Kadhafi después de las primeras protestas populares contribuyó para que estas se ampliasen, sobre todo en Benghazi. Se sabe hoy que en esas manifestaciones desempeñó un papel importante el llamado Frente Nacional para la Salvación de Libia, organización financiada por la CIA.

Es esclarecedor que en aquella ciudad hayan surgido rápidamente en las calles la antigua bandera de la monarquía y retratos del fallecido rey Idris, el jefe tribal Senussi coronado por Inglaterra después de la expulsión de los italianos. Apareció hasta un “príncipe” Senussi dando entrevistas.

La solidaridad de los grandes media de los EEUU y de la Unión Europea con la rebelión del pueblo de Libia es, además, obviamente hipócrita. Wall Street Journal, el portavoz de las grandes finanzas mundiales, no dudó en sugerir en editorial (23 de febrero) “que los EEUU y Europa deberían ayudar a los libios a derrocar al régimen de Kadhafi.”

Obama, en la expectativa, mantuvo silencio sobre Libia durante seis días; en el séptimo condenó la violencia y pidió sanciones. Siguió la reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU y el esperado paquete de sanciones.

Algunos dirigentes progresistas latinoamericanos admitieron como inminente una intervención militar de la OTAN. Una hipótesis improbable, porque tal iniciativa, peligros y estúpida, produciría efecto negativo en el mundo árabe, reforzando el sentimiento anti-imperialista latente en las masas.

Y seria militarmente innecesaria porque el régimen libio aparentemente agoniza.

Kadhafi, al promover una represión violenta, recurriendo inclusive a mercenarios tchadianos (extranjeros que ni siquiera hablan árabe), contribuyó a aumentar la campaña de los grandes medios internacionales que proyectan como héroes a los organizadores de la rebelión en tanto él es presentado como un asesino y un paranoico.

Los últimos discursos del líder libio, irresponsables y agresivos, fueron además hábilmente utilizados por los medios para desacreditarlo y estimular la renuncia de ministros y diplomáticos, distanciando a Khadafi cada vez más del pueblo que durante décadas lo respetó y admiró.

En estos días es imprevisible el mañana de Libia, el tercer productor de petróleo en África, un país cuyas riquezas son ya ampliamente controladas por el imperialismo.

Fuente: http://www.facebook.com/l.php?u=http%3A%2F%2Fwww.lahaine.org%2Findex.php%3Fp%3D51667&h=76d5e

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